Simone de BEAUVOIR (1963): La fuerza de las cosas, fragments de l'epíleg.
De mi se han forjado dos imágenes. Soy loca, medio loca, una excéntrica. (Los periódicos de Río contaban sorprendidos: “Esperábamos una excéntrica: nos ha decepcionado encontrar una mujer vestida como todo el mundo.”) Tengo las costumbres más disolutas; una comunista contaba en 1945 que en Ruán, cuando yo era joven, me había visto bailar desnuda sobre toneles; he practicado todos los vicios con asiduidad, mi vida es un carnaval, etcétera.
Zapatos planos, pelo lacio, soy jefa de niños exploradores, una dama de beneficencia, una institutriz (en el sentido peyorativo que la derecha le da a esa palabra). Paso mi existencia entre libros y ante mi mesa de trabajo, puro cerebro. “Ella no vive”, le he oído decir a una joven periodista. “Si a mí me invitaran a los lunes de Madame T., iría corriendo”. La revista Elle al proponer a sus lectoras muchos tipos de mujer, puso bajo mi foto: “Vida exclusivamente intelectual”.
Nada prohibe conciliar los dos retratos. Se puede ser una desvergonzada cerebral, una dama de beneficencia retorcidamente viciosa; lo esencial es presentarme como una anormal. Si mis censores quieren decir que no me parezco a ellos, me hacen un cumplido. El hecho es que soy un escritor, una mujer escritora no es una ama de casa que escribe sino alguien para quien toda su existencia está dirigida por la escritura. Esta vida vale lo mismo que otra. Tiene sus razones, su orden, sus fines de los que hay que no comprender nada para considerarla extravagante. La mía ha sido realmente ascética, puramente cerebral? Dios me libre!, no tengo la impresión de que mis contemporáneos se diviertan mucho más que yo en esta tierra ni que su experiencia sea más vasta. En todo caso al volverme hacia mi pasado, no envidio a nadie.
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